Los imparciales
-¿Cuál es tu problema?- preguntó Rubén
al notar que ahora Kevin caminaba con cierta dificultad.
-Estoy cansado, es mi rodilla.
-¿Querés más analgésicos?
-No por ahora, más tarde puede ser.
Hacía una hora que habían aterrizado la nave y desde entonces no paraban de caminar. La Tierra era un escenario inhóspito, los muchachos caminaban entre nubes de humo y vapor como si estuvieran visitando el último subsuelo del mismísimo infierno. El cielo era de un oscuro color rojizo, apenas llegaba a verse una luz borrosa que parecía ser la Luna. La noche y el día eran iguales.
-¿No te avisaron que era para hombres este trabajo?- exclamó Marcos mirando a Rubén, aunque su mensaje iba dirigido hacia alguien más. Rubén sonrió por cortesía, tratando de aliviar la tensión. Kevin tenía ganas de insultar a Marcos porque ese comentario sí lo había herido. El quería caerle bien a todos, pero no siempre lograba hacerlo.
-Si nos separamos abarcaríamos más
territorio- dijo Marcos.
-Sí, pero no tenemos un punto de
encuentro. Sería muy arriesgado- le contestó Rubén.
-Además ¿No sería contra las
reglas?- preguntó Kevin queriendo participar de la conversación.
-No, en ningún momento mencionan eso en el contrato. Sólo especifican que está prohibido llevarse algún objeto del planeta, volver a la nave antes de las 24 horas de exploración y recorrer menos de 50 kilómetros de territorio. En caso de que uno de nosotros viole este reglamento, ninguno recibirá un peso. Así que… no sean boludos.- Al decir esto, Rubén miró hacia donde estaba Kevin y le guiñó un ojo amistosamente. Esto a Kevin le gustó, era el menor de los chicos y tenía miedo, necesitaba a Rubén de su lado. Era el mayor y le habían asignado el liderazgo de la misión.
-¿A qué hora tenemos que volver a
comer?- Rubén buscó la grilla con los horarios, pero enseguida el cuarto chico,
que no había hablado nunca hasta el momento, lo interrumpió.
-Cada 4 horas. Si comimos a las 9,
la próxima comida es a la 1- todos se dieron vuelta para verlo. Era delgado, se
notaba que el traje le quedaba grande. Tenía una cara muy pálida y se le
llegaban a ver las pecas a pesar de la máscara.
-Disculpá, no nos dijiste tu nombre
vos.
-¿Hace falta?- Le dijo a Rubén sin
siquiera mirarlo.
-No… Pero estaría bueno que te
integres al grupo, si tenés ganas. Si no esto se va a hacer largo viste.
El chico dejó de caminar y los demás
lo imitaron, Kevin se puso nervioso, parecía que se avecinaba una pelea. De ser
así, el se pondría del lado de Rubén, era el único que le caía realmente bien.
El extraño y delgado pecoso le dedicó unos instantes a cada uno para
observarlos, nadie dijo una sola palabra, ni siquiera Rubén que era el mayor,
el líder. Finalmente el muchacho habló.
-Me llamo Pedro- dijo y volvieron a caminar en un incómodo silencio.
Llegó la hora de almorzar, los chicos activaron el dispositivo de alimentación y, por medio de un suero, saciaron el hambre. Rubén comenzó a hablar mientras se alimentaban, sin dejar de caminar.
-Y vos Kevin ¿Por qué te metiste en
esto?
-Porque mi papá estaría orgulloso de
que su hijo sirviera a la nación como lo hizo él.
-¿Tu papá es un soldado?
-Sí, lo era. Falleció en combate.
-Ah, lo siento.
-Está bien, mi mamá no quería que
venga, pero era mi decisión y la respetó.
-Estas bien loco vos pibe- dijo
Rubén con una sonrisa.
-Ah y por el dinero, obviamente-
agregó Kevin con un gesto picaresco y juvenil de 15 años.
-Y vos Marquitos, ¿Por qué estás acá?
-A mí me importa una mierda el país
y todo eso, necesito plata porque mi familia esta cagada de hambre. Me la paso
cartoneando y a veces salgo a robar, no pensé que me iban a elegir pero bueno
acá estoy.
-¿Cuántos años me dijiste que tenías
vos?
-Tengo 16, ¿Y vos?- preguntó el
joven con un tono desafiante que le salía naturalmente del alma.
-Yo tengo 17, mañana cumplo 18.-
Contestó Rubén y luego dirigió su mirada hacia Pedro que caminaba detrás de
ellos, siempre tomando distancia del grupo.
-Y vos Pedro, ¿Viniste por la plata
o por el país?
-Por la plata y tengo 16- contestó el niño sin levantar la mirada del suelo.
Kevin lo observaba y sentía mucha curiosidad. No hablaba con nadie, apenas levantaba la vista para observar el escenario o el cielo que los rodeaba. Pero cuando decía algo, lo hacía con convicción, con una seguridad que él nunca había tenido sobre nada en el mundo. Por un momento, Kevin envidió esa personalidad de ermitaño. Luego, mientras seguían caminando, Rubén y Marcos pasaron a hablar de fútbol, Kevin siguió pensando en otras cosas. La ventana vacía de un edificio destrozado le hizo recordar su casa. Se dio cuenta de que nunca había estado tan lejos de su madre y su hermana. Estaban en planetas distintos y esto le hacía sentir una especie de miedo cargado de nostalgia. Pensó que así debería haberse sentido su padre. De algún modo, todo esto que estaba pasando, lo hacía sentirse más cerca de él.
Escuchó un sonido electrónico, era Rubén. Había sacado el medidor de kilometraje y lo estaba probando, llevaban ya un poco más de 15 kilómetros en 4 horas. Les repartió una pastilla para el cansancio a cada uno, la colocaron en el traje y, éste la inyectaba automáticamente en el organismo. Mientras los otros hablaban, Kevin recordó el momento en que tomó la decisión de participar en el proyecto Tierra. El anuncio indicaba que, debido a la crisis económica, muchos jóvenes de 14 a 20 años se encontraban buscando trabajo para mantener a sus familias. Y esto era un problema, si bien era legal, las empresas no querían tomar empleados tan jóvenes y sin experiencia en cuestiones laborales. Por dichos motivos, los jóvenes terminaban ejecutando labores insalubres o poco dignas para su edad. En vista de éstas problemáticas, el gobierno iba a lanzar el proyecto Tierra. Consistía en que , dos veces al año, un selecto grupo de jóvenes sería mandado a la Tierra para explorar y comprobar si ya era un planeta habitable para un ser vivo. Era de público conocimiento que, luego de funcionar como sede para la guerra, la Tierra había quedado en condiciones deplorables y ya no cumplía los requisitos mínimos para poder alojar a los seres vivos en su ecosistema. Millones de jóvenes se anotaron para el sorteo. Cuando le avisaron que había pasado a la segunda etapa de selección, Kevin se sintió muy feliz. Pero cuando llamaron a su casa para informar que finalmente él sería parte de la misión, sintió una mezcla de emociones. No sabía que sentir, tenía miedo. Sacó la foto de su padre de la billetera y en sus ojos encontró la fuerza que estaba buscando. Mientras su madre y su hermana lloraban desconsoladamente, él prometió no fallarle a su padre, ni a su país.
-¿Todo bien muchachos? ¿Me copian?,
cambio.
-Sí base, acá el capitán, cambio.- Contestó Rubén acercando
su cara hacía el radiotransmisor situado en la muñeca de su mano derecha.
-Perfecto capitán, estamos
probando la señal. Acá todo está en orden, nos llega precisamente su distancia
recorrida y sus signos vitales. Están haciendo un buen trabajo, sigan así.
Cambio.
-Gracias base, estamos en contacto, cambio.
Rubén miró a su alrededor y los chicos lo miraban como a un superhéroe, menos Pedro que los ignoraba a todos y ahora estaba mirando un objeto que había levantado del suelo.
-¿Conocen al tipo que habla en el
radio?- preguntó Rubén. Los chicos giraron la cabeza con un gesto de no saber.
-El tipo es un gordo que no para de fumar ni un segundo, tiene mas tetas que mi vieja- Les dijo y comenzaron a reír al instante. Todos menos Pedro que seguía fascinado con algún extraño artilugio.
-¿Qué tenés ahí Pedro, podemos ver?-
Le preguntó Marcos.
-Un reloj de arena.
-Y ¿Cómo funciona?
-Los granos de arena se desplazan al
habitáculo inferior en una determinada cantidad de tiempo, tiene más de 10 mil
granos de arena.
-A ver ¿Me lo prestás?
-No.
-Dale, ¿Te vas a poner así? ¿Te lo
tengo que sacar yo?- le preguntó Marcos al pequeño niño, dejando en evidencia
que él era más grande físicamente y volviendo a adoptar su tono de voz desafiante.
Pedro lo miró y Rubén dijo que no se peleen. Finalmente, Pedro le cedió el
reloj a Marcos.
-¿Es eléctrico esto o qué?- preguntó
Marcos.
-Ya te expliqué- le contestó Pedro-
funciona con gravedad.
-Ah. Nunca en mi vida había visto
uno de éstos.
-Yo tampoco, pero mi abuela me habló de éstas cosas.
Marcos siguió analizando el reloj de arena. Finalmente, al no entenderlo, lo arrojó con fuerza al suelo aludiendo que así quizás se adelantarían las horas. Kevin dijo que no debería haber hecho eso, Marcos lo invitó a pelear y Rubén los hizo calmarse. Pedro no dijo ni una sola palabra más, ni siquiera gesticuló.
Habían pasado ya 10 horas y llevaban recorridos 25 kilómetros. Si lograban mantener ese ritmo iban a alcanzar el objetivo tranquilamente. El objetivo de la misión era pura y exclusivamente de exploración, un acuerdo entre las naciones dictaba que cada una debía mandar soldados imparciales a la Tierra para estar al tanto de lo que allí acontecía. Así los llamaban. Los imparciales. Se suponía que no velaban por los intereses de ninguna nación en particular, sino de todas a la vez. Pero en la jerga militar los llamaban los tibios. La primera vez que lo llamaron así, a Kevin no le gustó, pero luego escuchó a Rubén usar el mismo término para referirse a sí mismo, así que entendió que no era un insulto después de todo. Sólo era una manera vulgar de llamarlos.
-Tengo una idea- gritó Marcos.
-A ver…- dijo Rubén, un poco
cansado.
-El sensor ese que lee los
kilómetros está en nuestras botas. ¿No?
-Si, el sensor…- entonces Marcos lo
interrumpió.
- ¿Y si lanzamos las botas bien
lejos con una soga, las traemos y volvemos a tirarlas?, Así contarían mas
kilómetros y podríamos sentarnos un rato a descansar.
-No creo que funcione…- dijo Rubén,
pero esta vez Kevin añadió:
-Yo creo que podría funcionar,
además estoy cansado.
-Viste, la nena esta de acuerdo-
agregó Marcos, burlándose de Kevin que ya lo miraba con impotencia cada vez que
lo insultaba.
-No, es muy arriesgado.
-Y ¿quién te puso a cargo a vos?
-La nasa.
-¿Y por eso te creés mejor que
nosotros? No sabes nada vos, te eligieron por ser el más grande de los 4 nada
más.
-Dejalo tranquilo, es el capitán- lo
desafió Kevin.
-Ah bueno, como te defiende tu señora.
En ese momento Kevin sintió algo en el pecho, unas ganas de llorar que se mezclaban con ganas de matar. Sintió que le tocaban el orgullo. En ese momento, Pedro habló.
-Se van a dar cuenta en la base, la
diferencia de velocidad entre el andar caminando y una bota lanzada en el aire
sería abismal- Marcos se dio vuelta para observarlo con actitud carroñera.
-Esta bien, tenés razón. Por lo
menos vos hablás con fundamentos, el otro es puro amor.- En ese momento Marcos
empezó a reírse con cara de pervertido y giró su cabeza hacia el menor de los
cuatro.
Kevin no aguantó más y se lanzó
sobre él. Empezaron a forcejear entre los trajes ruidosos y enseguida Marcos
redujo a Kevin y apoyó su rodilla sobre su espalda mientras el niño quedaba
indefenso y boca abajo contra el suelo.
El capitán los separó y Marcos dijo que sólo era un juego, pero para Kevin no lo era.
El camino se hacia cada vez mas oscuro, a su alrededor todo era destrucción y muerte. Los vestigios de lo que alguna vez fue Buenos Aires. Flanquearon un obelisco derrumbado en el centro de la ciudad. Para ellos era algo decadente, aunque nunca habían vivido en carne propia los buenos tiempos de la Argentina terrestre. Eran descendientes de argentinos en el nuevo planeta, pero no era lo mismo. Un auto totalmente negro estaba en medio de la calle dado vuelta, las ventanas de lo que parecía haber sido un negocio de comidas, ya no tenían vidrios. Ninguna luz se encendía y ya nunca llovía ni crecía vegetación alguna. Todo era muerte. Muerte y recuerdos.
-¿Así que tenés hermana?- le
preguntó Marcos a Kevin, pero éste ni lo miró.
-Basta que después se pelean como
dos nenes- interrumpió Rubén.
-No era para mí, pensé que por ahí
te la podía presentar a vos ya que son tan amigos.
-Yo ya tengo novia.
-Ah… No nos contaste nada.
-Sí, les cuento. Yo me escapé de mi
casa hace mucho y trabajé en el puerto. Un día conocí a mi novia y le prometí
que no le iba a faltar nada. Es una piba divina, morocha flaquita de 20 años. La
cosa iba bien hasta que empezó a haber menos laburo y encima ella quedó
embarazada, por eso me metí acá. Para que a ella y a mi futuro hijo no les
falte nada.
-Ah, o sea te mandó al muere
mientras ella espera sentada a que llegue la plata.- insinuó Marcos con su risa
picaresca de siempre. Pero a Rubén no le molestaban éstas bromas.
-¡Exacto!- dijo, riéndose de las
ocurrencias de Marcos. Luego añadió:
-Vos deberías presentar alguna
hermana a los muchachos Marquitos, ¿Cómo te ves en esa?
Marcos sólo se limitó a reír y se ruborizó, esto lo dejó en jaque, totalmente descolocado. Tenía 5 hermanas y 4 hermanos, explicó después. Kevin admiraba la forma en que Rubén se tomaba la vida. Todo era humor y no se enojaba por nada, pero a la vez se ocupaba y se hacía cargo de las cosas. Era todo un hombre. Eso es lo que los diferenciaba, Kevin seguía siendo un niño en muchos aspectos.
Hacía 22 horas ya que estaban explorando el planeta. Sus trajes tenían cámaras incorporadas, todo lo que grababan era enviado automáticamente a la base. Rubén comenzaba a preocuparse porque parecían haber perdido la comunicación por el radio, pero igualmente no dejaban de caminar. Estaban agotados, ya se habían tomado todas las pastillas para el cansancio. Llevaban 45 kilómetros recorridos, faltaban 5 más para el objetivo. Los chicos seguían caminando mecánicamente, sin energías. Habían dejado de hablar y sus rostros ya no eran felices. Parecían muertos vivientes que alguien había metido en unos trajes espaciales. Entonces Pedro, que nunca hablaba, rompió el silencio.
-Todo es una mentira.
Los demás se miraron, hartos de caminar, apenas reaccionaron.
-¿Qué decís?- le preguntó Rubén.
-Es mentira, no van a volver a
contestar el radio. Nos abandonaron acá.
-No lo escuchen, está delirando…-
entonces Marcos enloqueció:
-¡Yo sabía, hijos de puta! ¡Yo
sabía!
-Calmate Marcos, no nos van a
abandonar- replicó Rubén, y enseguida Pedro añadió:
-Vos, te haces llamar capitán. Sos
el único acá que van a venir a rescatar. Por algo te dieron un arma ¿No?
En ese momento todos fueron parte de un silencio incómodo y miraron a Rubén, el supuesto capitán. Kevin no creía que ese chico al cual admiraba fuera un traidor, un mentiroso. Pero Marcos no pensaba igual.
-¿De verdad te dieron un arma?-
preguntó. Ruben giró la cabeza negándolo, pero no era convincente.
-No te creo nada- sentenció Marcos y
luego se volvió hacia los otros dos y les dijo -Hay que revisarlo, entre todos.
-No, no se me acerquen- dijo Rubén
que ahora estaba transpirando dentro de su traje.
-Tranquilo no te va a pasar nada si
no tenés el arma- manifestó Pedro.
Kevin seguía los movimientos de
todos pero no intervenía, era el espectador de una película que se volvía poco
a poco más siniestra y penosa. De a poco Marcos comenzaba a acercarse a Rubén
como un psicópata y Pedro también aunque detrás de Marcos.
-¡Aléjense!- gritó Rubén con mucho miedo, pero ya era tarde, Marcos estaba prácticamente encima de él. Kevin no pudo soportarlo, tenía una sensación horrible en el estómago. Se dio vuelta, no quería ver. Pedro no apartaba su vista de la escena, casi parecía disfrutarla. En medio de tanto grito, forcejeo y los ruidosos movimientos de los trajes se oyó un disparo. Kevin, que estaba de espaldas, abrió los ojos. Entonces sonó otra vez, y otra vez, y de nuevo. Kevin contó cuatro tiros. Se dio vuelta impactado y encontró el cadaver de Marcos desparramado sobre el suelo terrestre. En efecto, el capitán tenía un arma. Y el cuerpo de Marcos tenia 4 balazos. Entonces observó a Pedro y ahí estaba con una expresión de te lo dije. Mirándolo con complicidad.
-¿Por qué tenés un arma, Rubén?-
preguntó Kevin, que ahora estaba llorando.
-Por protección me la dieron.
-¿Por qué no nos dijiste nada?
-Por que son chicos ustedes, por eso
me la dieron y me pidieron que no les diga nada. El responsable del arma era
yo.
-Y… ¿Por qué lo mataste?
-Porque estaba loco ese pibe, ¿no le
viste la cara? No se lo que podía llegar a hacer ese loco con un arma, prefiero
no saberlo.
Kevin rompió en llanto, nunca había
visto a nadie morir frente a él. No podía superarlo.
-Qué te dije Kevin, – susurró Pedro-
no se puede confiar en nadie hoy en día. Te voy a contar la verdad, lo que
nadie te dijo. Esto es un juego de supervivencia, como el gobierno no tiene
fondos para pagar lo que prometieron, necesitan que sólo uno de nosotros
vuelva. Los demás tienen que morir y, como Rubén es hijo de un poderoso comandante
de la agencia, le dieron el arma para que gane él. Todo circo, se burlan de
nosotros.
-Nada de eso es verdad Kevin, todos
vamos a volver, falta sólo una hora para que nos vengan a buscar.
Kevin no sabía que pensar. Ya no
respetaba tanto a Rubén y tampoco confiaba en Pedro, aunque había estado en lo
cierto con lo del arma.
-¿Por qué inventaría yo todo esto?-
preguntó Pedro calmado, como si hablara de cualquier cosa.
Nadie contestó nada. Entonces siguió
hablando.
-¿Sabían cuántas pastillas de esas
hacen falta para volver loco a alguien?
Los chicos se miraron en silencio.
-Sólo tomar 3 de esas en un día te
pueden enloquecer, son drogas demasiado fuertes, ¿Llevan la cuenta de cuántas
tomamos?
Kevin hizo un esfuerzo pero no podía
recordarlo con claridad, sólo sabía que habían sido más de 3.
-Tomamos 10 cada uno- terminó
diciendo Pedro.
Los chicos siguieron caminando, ya no se miraban. Estaban desgastados, física y mentalmente. Kevín metió los brazos dentro del traje para limpiarse las lágrimas. El cielo seguía rojo. Y oscuro.
Pasó la hora 24, era el cumpleaños
del capitán. Nadie hablaba, las esperanzas se habían acabado para los 3 que
quedaban. Kevin se preguntaba qué maldad podría decir Marcos en un momento así.
Pero fue Pedro quien se manifestó primero:
-Feliz cumpleaños Rubén ¿Qué vas a
hacer con la plata después de matarnos?
Entonces Rubén intentó prender el
radio. Nada. Seguían sin responder en la base.
-Dale Rubén decinos, al menos eso
nos debes…
El capitán seguía peleando con el
radio. Pedro seguía molestando, él seguía sin contestarle. Quiso buscar
alimento en su traje, tenía hambre. Ya no tenían alimentos, ni pastillas, ni
paciencia y Pedro no paraba de hablarle y hacerlo sentir mal y ahora gritaba y
lo empujaba y no aguantó más. Rubén volvió desenfundar el arma, esta vez contra
Pedro, que reía y gritaba -¡Señoras y señores, penal para Boca!-. El joven
capitán apuntaba nervioso hacia la cara de un pequeño y delgado niño que estaba
enloquecido relatando un partido de fútbol imaginario, mientras Kevin observaba
otra vez sin intervenir y muerto de miedo.
-¡Hacelo!- Gritaba Pedro- ¡Dale goleador
hacelo… y va a patear!- Kevin gritaba que no lo haga, Rubén dudaba pero no
bajaba el arma y Pedro lo seguía provocando.
-No te da la sangre, cagón.
-Basta Pedro, no te quiero lastimar…
-¡Hacelo dale!
-No basta…
-¡Cantalo, cantalo…!- Y en ese
momento alguien gatilló. Kevin se tiró encima de Rubén y desvió el arma que
terminó en el suelo. Entonces Pedro la levantó, separó a Kevin del capitán y
cuando éste quedó solo en el piso le disparó directo en la cabeza.
-Feliz cumpleaños capitán.
Kevin, sollozando miró el cuerpo de Rubén y supo que esa muerte había sido su culpa. Era demasiado para él. Sentía que no tenía ningún control sobre sus emociones. No tenía ningún control de nada y estaba abandonado en un planeta extraño, a merced de un loco con un arma.
-¿Ahora me vas a matar a mí?- le
preguntó.
-Sí, pero esto ya no tiene balas- en
ese momento gatilló hacia la cabeza de Kevin que cerró los ojos y se alejó de
Pedro. Se había quedado sin municiones.
-Mira Kevin, como pareces un buen chico, te voy a decir la verdad. Lo de Rubén lo inventé para llevarme la plata, tengo un contacto en la agencia y me dijo que no tenían el presupuesto para pagarnos. Van a esperar a que quede uno sólo para venir a rescatarlo. Después van a inventar que hubo un accidente con la nave o algo así. Es todo un show y desde la base lo están disfrutando, es más, deben estar apostando y todo.
Kevin no podía creer lo que estaba oyendo. Y ahí estaba él, llorando como siempre. Cayendo siempre en la trampa, siendo un niño indefenso a punto de morir. Pero ya no, nunca más. Una ira incontenible le brotó de adentro como nunca jamás le había brotado. Pegó un salto al cuerpo de Pedro y, en un estado de locura inexplicable, lo estampó contra el suelo, empezó a darle la cabeza una y otra vez contra el cordón de una vereda. Estaban en un barrio cualquiera de Buenos Aires. Uno estaba asesinando al otro. Kevin lloraba y gritaba mientras el casco de Pedro terminaba de quebrarse. Luego siguió su cara contra el cordón, después la carne, después el cráneo. Cuando Kevin volvió en sí, Pedro era un cadáver, un cuerpo sin vida. Igual que Rubén y Marcos.
El pequeño niño de 15 años se desplomó en el suelo, cansado. A su lado estaba Pedro y su rostro completamente arruinado, daba miedo. Pero a Kevin ya nada parecía asustarlo. Desde donde estaba podía divisar un aparato que había dejado caer Rubén antes de morir, era ese que medía la distancia recorrida. Marcaba un poco más de 50 kilómetros.
Kevin se relajó y su rostro esbozó
una sonrisa. Sólo le quedaba esperar a que la nave viniera por él. El dinero
era suyo, ya nadie podía quitárselo. Todos iban a verlo como un héroe nacional,
igual que su padre. El cielo era rojizo, como lo había sido durante todo el
período de tiempo que llevaban ahí. Kevin contemplaba el firmamento cuando de
pronto, Pedro se levantó. Entonces Kevin se sentó de golpe, exaltado y lleno de
adrenalina. Golpeó a Pedro hasta que volvió a caer muerto y, para asegurarse, volvió
a sujetar su cabeza para hacerla impactar de nuevo contra el cordón. Ahora
sí esta muerto, pensó. Pero se volvió a levantar. Y otra vez volvió a
matarlo y cada vez que lo hacía su cara se desfiguraba más y más. Era un
horrible monstruo que él mismo parecía haber creado. Kevin volvió a mirar al
cielo, la nave aún no llegaba y Pedro ya se estaba levantando de nuevo.
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