Aviso de desalojo
La indeseable llegada del aviso de desalojo le causó a Leonardo unas náuseas incontenibles. Cuando su historia llegó a mis manos no dudé en publicarla, estaba cargada de eso que llamamos interés humano. Se dice que la noticia de interés humano es aquella capaz de producir una respuesta afectiva o emocional en sus receptores. Se sabe que los sucesos provocan mayor interés cuando son cercanos o próximos a uno. Es decir, esta historia me podría haber pasado a mí, te podría haber pasado a vos. No me cabe duda que un relato así llamaría la atención del bohemio y el errante en las últimas horas de antros y bares nocturnos. No logré recopilar el total de los datos que hubiese querido para contar la historia completa, quizás por la urgencia o por mi ansiedad. La revista me daba muy poco tiempo para investigar en ese entonces, pero pagaban mi sueldo así que no me podía quejar. De todas formas éste es mi homenaje a un hombre -tal vez un héroe, tal vez un villano- residente del Bajo Flores, un hombre cuya forma de actuar despertó polémicas y controversias en el inconsciente colectivo. En medio del humo (en ésos tiempos fumaba para escribir, ahora escribo para no fumar) me dispuse a comenzar mi investigación y casi sin querer nació este relato. Este relato de interés humano.
Leonardo Giménez (1971-1997) 26 años. Fue un hombre de familia por sobre todas las cosas. Durante los últimos años de su vida llevó consigo un secreto que lo acompañó hasta la muerte. Había sido diagnosticado de cáncer de pulmón, pero nadie en el barrio lo sabía. Sólo él y su mujer (Gloria). Supongo que Leonardo no se habría sentido cómodo con eso de sentir la lástima de los demás a su alrededor, sentir que lo miren como miramos algo que sabemos próximo a desaparecer, a no estar más.
Gloria vendía tortillas a la mañana en zonas aledañas a
construcciones o a veces algún taller. El mayor de los retoños era el hombre de
la casa cuando los padres se ausentaban, generalmente por trabajo o por
búsqueda del mismo, se llamaba (y se sigue llamando) Néstor y tenía ocho años
en ese entonces.
Desconozco los datos precisos sobre los trabajos que perdió Leo (así lo llamaban) y los que no le dieron por motivo de su enfermedad, pero se que existieron y en buena cantidad. El tipo no se quedaba quieto, sabía de salir a ganarse el mango. Imaginé muchas veces la inquietud de su pensar al comprobar que cada vez le era más difícil ser el sustento de la familia, tosiendo sangre y llorando bronca, discriminado por una sociedad y su premisa cobarde de mirar hacia otro lado mientras se le iba el tren.
Era conocido en el barrio por ser buena gente, aunque solía tomar cerveza con un grupo de vecinos, la banda de la esquina. Había buenos y había malos. Como en todos los barrios y como en todas las historias. Su amigo más cercano (y creo que el único) era Miguel. Un tipo muy agradable, humilde y trabajador que tuve el gusto de entrevistar cuando recopilaba testimonios sobre el hombre en cuestión. Se conocían del barrio pero se hicieron íntimos trabajando en casa del señor Oscar Melendi. Un poderoso arquitecto de una prestigiosa empresa constructora que se estaba haciendo una casa en Parque Chacabuco. En realidad estaba restaurando una casa que compró en malas condiciones y le pagó a un obrero de la empresa (Miguel) para que se haga cargo de dicho trabajo. Miguel confió en Leonardo para trabajar junto a él en la casa del arquitecto. Al final Melendi se mudó a su nueva casa con su mujer antes de que esté terminada del todo. Trataba bien a los empleados y pagaba bien, era un buen trabajo. Miguel y Leonardo lo aprovecharon durante unos meses, hasta que no quedó nada más por hacer.
Fueron buenos tiempos, Melendi compraba pizzas dos veces por
semana y no interrumpía el trabajo más de lo necesario. Pagaba en tiempo y
forma. Se quejaba reiteradas veces de los robos en la zona. Decía desconocer la
inseguridad del barrio antes de mudarse, se arrepentía sinceramente de haber
comprado la casa allí. Contó que había llamado varias veces al 911 denunciando ruidos
molestos o merodeadores sospechosos y la policía nunca llegaba. Esto lo tenía a
maltraer, porque (según sus palabras) era un abandono total del estado.
En vano repasé los hechos una y otra vez en mi mente, todo me llevaba al 3 de julio, la noche anterior a los hechos. El cumpleaños de Gloria, la última cena de Leonardo Giménez. Se dieron todos los lujos que estaban a su alcance. Miguel le prestó unos pesos a Leo, pero no le importaba si se los devolvía o no.
Gloria disfrutó de la fiesta, cumplía 22 años. Era una mujer que aún llevaba la mirada de una niña. Cuando hablé con ella la percibí risueña, llena de luz y de ganas de vivir. Pero experimentaba un dolor auténtico cuando hablaba de su ex marido. Lloraba recuerdos y luego postergaba el dolor cambiando de tema. Como sea, esa noche Néstor, el mayor, se ocupó con pulso de cirujano de encender las velas sobre la torta y apagar las luces. Feliz cumpleaños mamá.
En medio de los cantos, Gloria apagó las velas ante la mirada de todos. El fuego se hizo humo y el humo derivaría en polvo porque así lo quiso el mundo. Volviendo a prender las luces, de a poco fue culminando la fiesta, todos la pasaron muy bien. Nadie sabía lo que Leonardo estaba planeando. Quizás en ése momento ni siquiera él estaba seguro de animarse. Las horas pasaron. Ya en la cama, Leonardo tal vez observaría a su mujer y volvería a enamorarse como todas las noches. Algo explotaba dentro de él, y tenía que apagarlo de algún modo. No pudo cerrar un ojo esa noche, no tengo pruebas ni dudas de eso. Me consta que no bebió una gota de alcohol en el cumpleaños. Sin embargo, su mujer dice que en la madrugada del 4 de Julio, él la despertó para un último brindis. Ella sintió algo diferente cuando tuvieron intimidad esa noche porque -las mujeres nos damos cuenta cuando al hombre le pasa algo- explicó. A las 3 am aproximadamente, Leo se marchó de su casa como venía haciendo también las noches anteriores, según él se le había presentado un trabajo de sereno en un estacionamiento. Todos sabían que el tipo agarraba cualquier cosa, sin importar la paga ni los horarios. Plata o mierda decía el. Era timbero el loco.
Alguien vio al enfermo de cáncer subir a un colectivo cerca de su casa. Alguien lo vio bajar en el Parque Chacabuco, donde le agarró un ataque de tos y tuvo que taparse la boca con un pañuelo que ya estaba manchado de rojo cuando lo sacó del bolsillo. Oscar Melendi es una víctima en esta historia, elijo creer que simplemente dio con el perfil requerido para llevar a cabo el plan de un hombre en agonía. Leonardo sabía que, por su familia, era capaz de cualquier cosa. Aunque eso significase perjudicar severamente a alguien inocente. Pienso que no dudaría en actuar una y otra vez de la misma manera.
Resumiendo, el primer robo ocurrió a las 4 am del 30 de Junio; el segundo a las 4:15 am del 2 de Julio. ¿Alguien sabía acaso que Oscar Melendi estaba totalmente paranoico y al borde de la locura? La persona que le vendió ilegalmente un arma seguramente lo sabía y se aprovechó de eso. El señor Melendi denuncia que primero robaron su televisor, encontrado una semana después de los hechos en un depósito de basura a unas 15 cuadras de su casa. Su minicomponente también apareció en un contenedor de la zona. Durante el proceso le hicieron muchas pericias psicológicas al arquitecto, pero finalmente una testigo afirmó haber visto a un hombre muy alto, trigueño de unos 20 a 30 años, arrojando un televisor a la basura en la madrugada. Ésta descripción encajaba perfectamente con Leonardo Giménez.
En un triste desenlace, el 4 de Julio de 1997 a las 4:30 am, Oscar Melendi abrió fuego 4 veces contra la humanidad de Leonardo Giménez, según dicta el informe de balística. 3 balas impactaron en el cuerpo de Leonardo, 2 de manera oblicua, la última perpendicular. Esta causó la fisura en una de sus costillas que, finalmente, se astilló y le perforó un pulmón. De esta manera podemos decir que Leonardo Giménez burló al cáncer. En el momento de los hechos, fingió llevar un arma consigo; hacía ademanes de pistolero con un viejo control remoto en la oscuridad de las calles porteñas, para terminar fusilado por un veterano arquitecto, cansado de la inseguridad y de vivir en un país que, en medio de un contexto altamente desafortunado, los encontró como rivales de vida o muerte. Casi elegidos a dedo.
La rabia lo llevó a perseguir al presunto delincuente que había incursionado en su casa. Al sorprenderlo escapaba audazmente entre las calles casi despobladas. Esta vez le robarían algo impensado. Melendi acribilló a Giménez cuando éste bajó la velocidad a más de dos cuadras de su hogar. Fue un triste espectáculo de humanidad y violencia bajo el oscuro cielo y sus estrellas ausentes. Todo sucedió durante los festejos en Estados Unidos; sonaban fuertes explosiones de pólvora y las luces colmaban el firmamento con su esplendor impertinente. Pero nadie estaba recibiendo un impacto de bala ni perdiendo la funcionalidad de un pulmón. Era el día de la independencia ni más ni menos. Mientras tanto en Argentina, Oscar perdía su inocencia.
Pocos conocen los detalles del juicio, que apenas hizo eco en los noticieros. Homicidio agravado por el uso de arma de fuego. La burocracia derivó en una jugosa indemnización para la familia Giménez. Después de todo, Leonardo pudo asegurar el sustento familiar. Melendi terminó de cumplir su condena con prisión domiciliaria, se jubiló y nadie volvió a escuchar de él. Supe que al final de sus días residía en Europa, gracias a unos parientes que lo ayudaron económicamente. Vivió hasta el año pasado. Hoy Gloria es dueña de su propia panadería en el barrio de San Telmo.
Leonardo, previo a dejar su existencia, pudo pedirle perdón a la víctima de sus actos -perdóneme Oscar- llegó a decirle con la mirada, buscando la humanidad y el consuelo del arquitecto, mientras dejaba caer de sus manos un control remoto hecho en China. Yo conseguí la historia que necesitaba publicar, pero no pude apartar la imagen de Leonardo de mi cabeza. Tendido en una calle, cayendo injustamente en un pésimo destino. Posiblemente vivir en un infierno anule por completo el miedo a la muerte. No puedo negar que alguien dentro mío percibe algo heroico en sus acciones.
Dos hombres, dos historias. Tan opuestas como trincadas
aquella noche. Uno afrontando un juicio legal, el otro, el juicio divino. Creo
que murió en paz la conciencia de Leonardo Giménez, sabe bien que todo lo hizo
por sus hijos y por Gloria. Próximo a someterse a su porvenir, pero bien
preparado. Leonardo venció al Cáncer y yo, gracias a él, decidí dejar de fumar.
Sergio.
Buenos
Aires, 4 de Octubre de 2017.
Posdata del 17 de Agosto de 2020. La
erosión de los años, a veces juez, a veces verdugo, no sólo cambia a los
hombres por fuera. A veces nos cambia la percepción sobre cosas, sucesos y
hasta personas. Equivoca el camino aquél que entiende su juicio como
inalterable con el pasar de los años. Al principio de este cuento/relato, dejé
en claro mi criterio calificándolo como una noticia de interés humano. Hoy no
lo veo así. Desconozco la fuente, pero en medio del ir y venir de mis días, he
leído en algún lado la cita: “el surrealismo es una mezcla de ternura y
crueldad, y en esa mezcla justamente reside su calidad”.
Me permito cambiar mi declaración, hoy en día pienso en ésta
historia como una obra de surrealismo indiscutiblemente. Me avergüenzo y pido
disculpas al lector por haber dejado pasar tanto tiempo hasta darme cuenta de
ello. Confío en la buena fe de las personas aunque se vea cada vez más difusa
ante mi vaga observación del comportamiento humano.
A un buen padre y amigo.
Gracias.
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