Clavel


Microcentro sigue sonando detrás de mí. Ahí esta ella, acostumbrada. Hermosa y frágil con su pullover blanco que luce un pequeño clavel del costado donde va el corazón. Le digo algo a la pasada y ella responde cualquier cosa. Como siempre que vuelvo del trabajo, cansado y en bicicleta. Hoy es el día en que voy a probar mi suerte. Entonces la noche cambia. Esta vez me bajo de la bici y la acompaño porque es tarde. Para que no la viole nadie más que yo. Al decir esto ella sonríe y no sonríe. Es una mueca extraña. No hay nadie en la calle y son las doce. Puedo saberlo sin mirar en un reloj. Entramos en una conversación rara y perfecta, ella desde la vereda y yo desde la calle, llevando la bicicleta a tiro. En eso se interpone un auto blanco que está estacionado en nuestro camino. En vez de subir a la vereda, me adentro en el asfalto para rodearlo por el otro lado.  El coche nos aleja por un instante. Hacemos una pausa a lo que estábamos diciendo. Tenemos hambre y tenemos sed. Somos dos perdedores. Lo éramos antes de conocernos y lo seguiríamos siendo aunque estuviéramos juntos a partir de acá. Eso esta bueno, nos hace puros. Dos perdedores puros e innatos. Es hermosa la naturaleza con que salimos a perder. Vuelvo a acercarme y ella no tiene nombre, pero sonríe. Quizá porque sabe que no va a irse conmigo.

-¿De qué te reís?

-No sé. De tu cara.

-No es tan graciosa.

-Si

-No creo. La veo todos los días en el espejo, ya perdió un poco la gracia.

-Para mí es algo nuevo.

-Bueno eso me hace hermoso de alguna forma.

-Si puede ser ja ja.

Entonces resulta que avanzamos siete cuadras, no queríamos apurarlas tanto. Yo no quería. Maldita inercia. Que puta presión que nos hace caminar hacia donde quién carajo sabe. No veo los semáforos. Hay muchos ventanales en las paredes que dan a la calle. Imagino a la gente durmiendo detrás. Son sólo muros quienes los separan de los que estamos afuera. Empiezo a notar que ella se aleja con su pullover blanco. Ojeo su espalda un rato. Lógicamente, ya no hay clavel a la vista. Dobló por Carlos Calvo y no se despidió. Si lo hizo no la escuché. Al final no somos tan parecidos. O sí, pero de nada sirve. En unos días voy a volver a verla y eso es raro. De alguna forma oscura, es como si todo perdiera la gracia. Camino y sigo derecho. No doblé por Carlos Calvo. Tampoco estoy yendo a mi casa.

Hay un edificio muy alto entre la luna y yo. No me deja verla. Observo una ventana en lo alto del edificio y  en ese momento una luz se enciende adentro. ¿Quién se despertó a esta hora? ¿De verdad habrá tanta gente en el mundo? ¿Qué estarán haciendo los que están solos? Una vez quise conocerlos a todos y me perdí de conocerme a mí mismo. Por eso hago preguntas y por eso no tengo respuestas.

 

 

Posdata: Ser un perdedor es algo auténtico. Escribí estas líneas que no están a la altura para homenajear un escrito que, en mi opinión, era bastante bueno y espontáneo, pero una vez no pude salvar al mismo de ser borrado en algún dispositivo que no recuerdo. Esas palabras hoy no existen, pero intenté escribir algo similar a lo que eran. Sin ser el mismo que era yo en ese momento. Sin sentir las mismas sensaciones que sentía y sin estar igualmente inspirado de la misma forma. Considero este homenaje como un crimen contra la “obra” original. Pero quizá su repentina existencia me ayude a conciliar el sueño esta noche 

 

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