El paso
Recuerdo con alegría la llegada de aquella mañana en mi casa de Tandil. El motivo de mi entusiasmo no era poca cosa ese día. Me llevó largo tiempo acomodar mis días de trabajo para finalmente poder hacer mi tan soñado viaje. Por fin iba a conocer Buenos Aires. Yo que nunca había ido a esa gran ciudad de la cual tanto hablaban los tangos de Goyeneche, los libros de Borges y las películas de Darín. Realmente esperaba con ansias poder llegar y entregarme a su belleza sin disimulo, sin reservas, sin tapujos.
Ansiaba ser auténtico, ser un viajero solitario en busca de su destino. Hasta planeaba que, si todo salía bien, me quedaría a vivir allí. Para empezar de nuevo en la ciudad de la furia. Y si era necesario… volver, con la frente marchita. Ya no había nada para mi en este pueblo, pero nunca fui una persona de ésas que toman demasiados riesgos. No renunciaría a mi trabajo actual sin antes estar seguro de mi destino.
En el micro de larga distancia leí poemas de Emily Dickinson y (tal vez) soñé con una mujer, una de esas que saben querer y expresar lo que sienten. Una mujer con el don del pensamiento como también el de la belleza y el arte. Enalteciendo sus cualidades a tal punto de sobresalir con el alma sobre el resto de los mortales. Un ser de luz. Desperté durante un período corto de tiempo y el micro estaba parado en un semáforo donde pude leer un letrero que decía Rauch. Volví a quedarme dormido. Creo que desperté una vez más porque recuerdo también haber leído una señal de tránsito que rezaba CEDA EL PASO, pero no se dónde fue.
Me pasé la mayor parte del viaje durmiendo hasta llegar a Liniers, entonces me mantuve despierto y retomé mi lectura hasta llegar a Retiro. Quisiera compartir con el lector algunos detalles o sensaciones que pude haber tenido al llegar a Buenos Aires, pero la verdad es que nunca fui una persona detallista o demasiado emocional. Entiendo que la narración de éstos sucesos dejará en claro mi forma de ser y de ver las cosas. La cruda verdad es que no me sentí diferente por estar en Tandil o por estar en Buenos Aires. Era la misma persona sin importar el pedazo de tierra donde estuviera pisando, no sentí ningún cambio de aire realmente. Sólo noté que ya no hacía tanto frío como en Tandil.
Cuando bajé del micro con mi equipaje me sentí como un perro perdido, la terminal estaba llena de gente que iba y venía. Me inhibió una ola de miradas que no sabía como afrontar; ahora sí la capital mostraba los dientes, me hacía sentir su localía y yo -un enclenque pueblerino- era un simple visitante más, con sueños de ésos que ni uno mismo entiende por qué los sueña.
Me hospedé en un pequeño hotel de Microcentro, su nombre es irrelevante, si es que existe tal cosa como algo relevante en esta vida. La hora invitaba a almorzar pero no quise hacerlo en el hotel, consideré que lo mejor sería salir a disfrutar de una comida afuera, dada mi situación de turista recién llegado. Me metí en una parrilla, gasté en carne, vino tinto y postre. Luego de deleitarme con la comida porteña salí a caminar para hacer la digestión y conocer los alrededores. Caminé por Lavalle y terminé en el Obelisco, me sentí asediado por la cantidad de gente, los autos y hasta las bicicletas. Tuve la desdicha de padecer un fuerte dolor de tripas, algo me había caído mal. Tal vez la comida, tal vez el viaje.
Volví al hotel y llamé a mi obra social para asesorarme en caso de que mi malestar empeore. Me pasaron la dirección de una clínica en el barrio de La Boca. Una hora después estaba saliendo a tomarme un taxi en dirección a la clínica. Salí del hotel y el primer auto que intenté parar me ignoró completamente. Se detuvo en la esquina, donde una mujer alta y esbelta esperaba para subirse. Caminé hasta el cruce de calles donde esta vez sí conseguí subirme a un taxi.
Me acomodé en el asiento trasero, le indiqué al hombre calvo que manejaba la dirección que había anotado en un papel y emprendimos el viaje. Su voz era excesivamente ronca, como de fumador empedernido.
-¿Turista?- preguntó.
-Sí.
-¿Y… qué le parece, le gusta la capital?
-Hasta ahora no pude conocer nada, acabo de llegar y ya tengo que ir a la guardia.
-Uh. ¿Qué le pasó?
-No lo sé. Debe ser algo que comí.
-Se habrá intoxicado, bueno mala suerte. Pero seguro no es nada mi amigo, mañana va a estar paseando tranquilo verá.
-Bueno gracias.
Noté la dificultad del chofer para alejarse del centro, dado que había muchísima gente por doquier. Era un contingente alborotado, alzaban palos, llevaban bombos, carteles y pañuelos. Las calles eran intransitables. Cada vez que llegaba a una esquina debía analizar cuidadosamente por donde agarrar, ya que había calles cortadas y algunas de éstas personas parecían violentas. En un momento erró y tomó una calle cortada. Entendí que era una manifestación de alguna agrupación política.
Un hombre se acercó al auto con actitud desafiante. Increpó al chofer, no pude entender qué le dijo ya que se tapaba la boca con un pañuelo. El conductor sobrellevó la situación con diplomacia y le hizo entender que era un compañero. Entonces el hombre se alejó intranquilo mientras el conductor le enseñaba su brazo izquierdo donde lucía un tatuaje del “che” Guevara.
Dimos una vuelta en U y volvimos por donde vinimos para agarrar otra calle. El chofer comenzó a hablar de nuevo.
-El centro es un quilombo. Todos los días lo mismo.
-¿Siempre es así?- le pregunté. Y entonces sonó un estruendo a lo lejos, pero él no escuchó.
-Siempre igual, todos los días una marcha distinta. Igual yo soy de izquierda, pero la buena. No la de ahora.
-Ah, pero la gente…
-¿Y usted qué es… peronista?
-No en realidad, no me gusta la política.
-¿Ah, y el fútbol?
-Me gusta leer.
-Ah!... ¿Usted no será como Borges no? Ese no sabía si era conservador o liberal. Un helado caliente.
La frase pretendía sonar perspicaz, tal vez más de lo que realmente era. Pero sonaba gastada, supuse que la habría dicho más de una vez desde el momento en que se la escuchó decir a alguien más, pero ¿quién no ha pecado de no ser auténtico las 24 horas del día?
-No… leo mucho a Benedetti- mentí. Algo le causó gracia y soltó una ruidosa carcajada.
- A mi me dicen chicho, por el “chicho” Serna. ¿Soy parecido no? ¿Usted cómo se llama?
-Jair me llamo. Jair Cosciuck.
Fracasó en el intento de pronunciar mi nombre, al igual que yo fracasé tratando de captar su referencia del “chicho” Serna.
-Amigo, ¿no se enoja si le digo Benedetti?
-Para mí es un placer-. Ambos reímos.
-Benedetti, ¿usted es hincha de River o de Boca?
-De River, pero como le dije no soy muy futbolero.
-¿De dónde es usted?
-Soy de Tandil, estoy acá de vacaciones.
-¿Es lindo Tandil, no?
-Es un pueblo que se autodefine como ciudad.
-Ah ¿Y usted de qué trabaja?
-Soy técnico en seguridad e higiene. Trabajo en distintas obras.
-¿Y cómo es eso?
-Es como creer en los reyes magos- chicho soltó una risa burlona y luego preguntó:
-¿Son jodidos los obreros no?
-Me hago respetar tanto como puedo con mi 1,60 de altura y esta cara de analista de sistemas.
-Entiendo de burlas, soy hincha de San Telmo. ¿Sabía usted que los de Boca son hijos nuestros?
-¿Ah si?- empezaba a aburrirme que insista en hablar de fútbol.
-Yo estaba en la cancha. Fue en el año 76’ sabe… yo era un pendejo, me llevó mi viejo; no me lo olvido más, ganamos 3 a 1 con goles de Camejo, Coronel y Pisapia. Cuando terminó el partido un jugador me regaló una camiseta con el número tres. De Andrea se llamaba, un fenómeno. Lateral izquierdo elegante como ninguno, tenía clase, salía jugando, y si te tenía que achurar no le temblaba el pulso. Que tiempos…
-Interesante- no me interesaba ni un poco.
-Si, que lindo es el fútbol. Usted también debe tener sus pasiones…
No contesté. Chicho era un idiota que no sabía hablar de otra cosa que no sea política o fútbol. Pensé en decírselo, pero opté por quedarme dormido. Ignoro por dónde estábamos en ese momento, cómo dije antes, los detalles no son lo mío. Tal vez fue en un sueño o tal vez no, pero volví a percibir la señal de tránsito que decía CEDA EL PASO.
Bellas aguas navegó mi pensamiento al adentrarse en el sueño. Dejé de percibir todo lo relativo a la ciudad. Pero tampoco estaba en Tandil. Me sentí pleno, relajado. Más relajado que nunca, tuve la sensación de cruzar por un túnel pero el auto no emitía las molestas vibraciones del taxi. Era como volar. Experimenté una vez más la compañía de esa dama hermosa y notable. Esa que tanto anhelaba. Esa que siempre llega. Fue un sueño perfecto, no se parecía a ningún otro que haya tenido.
Me despertó un impacto fuertísimo, me sacudió de tal manera que terminé del otro lado del auto. Un coche blanco parecía haber intentado atravesar el taxi de chicho por la mitad. Creí ver manchas de sangre pero al parecer fue mi imaginación, porque nadie parecía estar herido. Lo siguiente que recuerdo es ver a chicho discutiendo efusivamente con el conductor del auto blanco, era un Fiat Palio bastante sucio. Chicho gritaba y pude observar que era un hombre robusto, calvo, con unos ojos que transmitían cierta calma a pesar de estar hablando fuerte y enojado. Era un hombre justo y diplomático. En ese momento decidí pensar que era una buena persona.
Cuando volvió al auto se disculpó reiteradas veces conmigo. Afortunadamente nadie salió lastimado, el auto estaba intacto. Al disculparse noté que su voz se había aclarado notablemente, su camisa blanca estaba impregnada de sudor, sin embargo olía a colonia. Llegamos al parque Lezama, observé con atención a la gente paseando bajo el cielo que ahora alcanzaba su fase nocturna. Los pájaros se posaban sobre la figura femenina situada en la proa de la nave que resplandece en el monumento a la cordialidad. Parecían camuflarse con el color de la estatua. En su centro una columna apuntaba hacia el cielo, supuse que medía más de 12 metros de altura. La escena me conmovió.
Frente al parque estaba la clínica.
-Llegamos Jair, por favor déjeme estacionar y lo acompaño a la guardia, es lo menos que le debo por las molestias.
-No se moleste chicho.
-Insisto.
-¿Cuánto es?
-Por favor, no le cobro nada. Déjeme que lo acompañe buen hombre, se lo debo.
Chicho insistía en acompañarme, su voz sonaba extrañamente dulce. La verdad es que ya no me sentía mal, tal vez el susto ayudó. Hasta me sentía más joven.
Estacionamos y entramos juntos a la clínica. Ya era de noche, el clima era agradable. La clínica tenía una arquitectura moderna, las puertas se abrieron cuando llegamos. Al entrar sentí en mi cabeza el calor sofocante de las luces empotradas en el techo de Durlock, la gente pasaba indiferente de un lado a otro. Chicho me invitó a sentarme en la sala de espera y me pidió mis credenciales para presentarlas por mi. Parecía saber lo que hacía. Era un lugar bastante grande, me tocó el consultorio 47. Tuvimos que subir dos pisos.
-¿Escuchaste ese estruendo? Debió ser un petardo- me gritaba chicho mientras buscábamos el consultorio correcto.
Había un televisor montado en lo alto de una columna, estiré un poco el brazo y bajé el volumen dado que me sentí un poco aturdido por la música que sonaba. Nos sentamos en la sala de espera. En el techo divisé una leve asimetría en la disposición de las luces mientras esperaba. Según el papel que debía presentar, el médico se apellidaba Ricco.
Mientras esperábamos, chicho se puso de pie, sacó un paquete de cigarrillos y posó en su oreja el último de la caja de 20. Luego me miró con aprecio y mediante una leve sonrisa me dijo:
-Bueno Jair Cosciuck, lo voy a tener que dejar, voy a seguir laburando. Como diría Benedetti “Si te salvas entonces no te quedes conmigo.”- no pude evitar sonreír al escucharlo.
-Esta bien. Le agradezco el buen gesto, fue un gusto conocerlo chicho- le contesté y nos despedimos para siempre (o eso pensé).
Esperé media hora y al ver que no quedaba nadie más que yo en la sala de espera, me tomé el atrevimiento de entrar al consultorio 47 sin esperar a ser llamado. Lo que encontré realmente no lo esperaba. En el escritorio del doctor reposaba una chapa que decía Dr. Ulises Ricco, pero lo más impactante era su aspecto. Era chicho. Era exactamente igual al taxista que me había traído, aquél hincha de San Telmo, futbolero y de izquierda.
Las luces del techo seguían sofocándome, la situación me ponía nervioso, noté mi pálido rostro en el ventanal que estaba detrás del doctor chicho, parecía más un espejo que una ventana. De hecho se duplicaba toda la escena en ese intenso reflejo. Traté de pedirle explicaciones de lo que estaba pasando.
-Chicho… ¿Qué hace acá?
-Lo mismo que usted. Empezar de nuevo.
-Pero cómo…
-¿Qué ahora quiere volver a Tandil?
-No… no voy a volver nunca más.
-¿Y entonces?
-Usted… ¿Usted es un ángel?
-Para nada señor.
-¿Cómo lo sabe?
Hizo una pausa y mirando a la nada me dijo:
-Supe que usted era un ángel desde el momento que entró a mi consultorio.
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