Lavalle y Paraná

 Club social. Eso significa el c.s. de las iniciales centradas en aquel escudo. Un afiche en la esquina de Lavalle y Paraná; el logotipo hacía a uno pensar en el partido justicialista, aunque no podría dibujarlo sin antes buscar su imagen en google o pinterest. Era blanco y una banda azulada lo cruzaba como un río a dos ciudades (ahora me hace pensar en entre ríos).

Aquella noche fue la de mi paso a la locura, escribí mis dos peores cuentos en cuestión de horas y en un estado de abstracción delirante, escuchando David Bowie y ojeando una revista que sólo tenía fotos suyas. Me divertía asumir que en todas las fotos se lo veía rebalsado de cocaína. Creo que los cuentos se titulaban Pesadillas y Valentina y La tortuga come despacio.

Estaba hablando con Agustina en la tienda de café, no volvería a verla, era el último encuentro. Me dijo cuidate mucho y eso fue todo. Los últimos encuentros dejan últimas reflexiones, o así lo veo. Entonces fue en la esquina de Lavalle y Paraná donde me detuve, donde ahogué por unos segundos las voces de mi cabeza. Alcé la frente y ahí el sol pertinente. Debajo las torres, los edificios y -por qué no- la sociedad o las sociedades. Club social (partido justicialista). Sonaba algo en ingles en mis auriculares que funcionaban de un solo lado, no recuerdo cuál. Un rock aleatorio porque nunca descargué la famosa y estrafalaria versión premium que tiene de todo y no pasa publicidades. Volviendo a las sociedades, siempre me hizo ruido el concepto, un ruido extraño y anti armónico para mí. Me desagrada todo lo que lleve la palabra sociedad en su nombre, ya sea club social, sociópata, sociedad de fomento, ser sociable, en fin podría seguir pero no... editor edita.

Queremos acción, no reflexión, queremos personajes y no personalidades. Buscamos que nos lean muchos y no que nos lean mucho.  O no? Bueno no sé. Personajes si, este tipo se acerca bajo el sol y la sociedad. Lleva la luz detrás de la nuca y me dice algo, pero los auriculares claro,(detalles) me los bajo y tiene una voz aguda que se me antojó inesperada. Me da un abrazo y me pregunta cómo estoy, por alguna razón su interés parece sincero y sus palabras determinantes. No titubea. Me pregunta por Agustina. Y yo le digo sin dudar que con Agustina está todo más que bien. Entonces un viento me sopla en la nuca y la piel de gallina de mi antebrazo me desangra el hilo de la conversación.

 No me gusta que siga sonando la música de mi celular cuando no la estoy escuchando. Tengo algunos pequeños trastornos. Lo sé de buena fuente. Al momento de pausar sonaba Too many chiefs de Brant Bjork -demasiados caciques, no hay suficientes indios. Vivimos en el mundo de los jefes y los indios oscilamos y cada uno de nuestros jefes tiene a la vez su propio jefe y así hasta llegar a dios. El cacique que nos inventamos creyendo en el sol porque, al parecer, necesitamos autoridad a toda costa como también monogamia y comer carne y autoestima y capitalismo. Hasta darnos cuenta que mamamos el rigor, vivimos en el planeta de los jefes y ya nos dejamos llevar por la inercia-, me gusta esa canción. La versión premium es un plus de motivación, una buena manija para arrancar el día sabiendo que al menos sos el cacique de una aplicación en tu celular. Me cuesta concentrarme, siempre fue mi gran problema... volvamos a lo que estaba. Mi papá me preguntaba por Agustina y yo digo que con ella está todo bien. Insiste en el tema, así que le pregunto por mamá y me dice que está todo bien, pero noto fragilidad en su voz así que ahora le insisto yo -hago justicia-, paralelamente saca algo de su mochila. Mi viejo me regala un libro, sabe que me gusta leer y nunca leí nada de Unamuno. Gracias papá. 

Sentados en la tienda de café no puedo evitar pensar en lo linda que se veía Agustina aquella vez que nos rateamos de la escuela y nos fumamos un porro en Lavalle y Paraná. Pareciera que de golpe todo sucedió allí. Pero antes no estaba dibujado el escudo del club social (partido justicialista), O si? No lo recuerdo con exactitud. Pero Agustina (cuidate mucho) estaba que echaba luces de la sonrisa, la sangre en sus ojos y el flequillo desordenado. Superasimetría perfecta. El sol le entra a la mitad de las cuencas y sus ojos se tornan entre miel y café a medias. Nos quedamos colgados uno en el otro hasta que ella me dice que tengo cara de estúpido, -vos también drogadicta- que inocencia perdida. Que infancia pudiente que no le rinde cuentas a nadie. Durante el correr de aquellas horas fue que planeamos el viaje a Europa. Mira vos, me entra la duda si era Europa o Mendoza. Tienen la misma cantidad de sílabas. Que infancia pudiente.

Mi viejo (Unamuno) abre el sobre de azúcar y lo echa a la taza, va por el segundo sobre y le pregunto cómo anda mamá. Enseguida deja de echar dulce y me dedica una sonrisa -mamá ahí anda, jodiendo como siempre-, me alegro sinceramente. El día que se deje de joder la vas a extrañar. Y Unamuno sonríe sin sonrisa y la expresión es pragmática e irrepetible en su ser. Que indescifrable fue siempre este tipo. Cómo quisiera saber quién es.

Y Agustina (cuidate mucho), dónde andará Agustina (Europa o Mendoza). Cuánto me quedará de este calvario? Ya ni me acuerdo lo que hice hoy. Me sorprende la mañana escribiendo este descargo y no pegué un ojo en toda la noche. Creo que vi a mi viejo y a Agustina, aunque quizá me confundo lo pasado con mis recuerdos. Yo los quiero recordar siempre, pero vivir del recuerdo no es vida. Tal vez Unamuno, ya no puedo con la eternidad de bulto que vos querías. Siento de nuevo la presencia morando por el barrio, pero ya no le temo como hace unos años cuando empezaron los problemas en aquella esquina que hoy no recuerdo. Se acerca la hora de aceptar las golondrinas y dejarme llevar hacia el lugar donde pueda leer tranquilo, escribir una novela, molestar a mi viejo, fumarme un porro con Agustina (cuidate mucho) y finalmente volver a abrazar a mi vieja. Lejos del planeta de los caciques. 


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