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Mostrando las entradas de diciembre, 2020

John Frusciante

Una ley reguló Defender y asesorar Al presunto asesino Que el país quiere colgar.   Pasea ojos impermeables. (Dicen que tiene treinta y seis.) Algo de mí pensaba en Su voluntad de rezar.   Vivir o no o encerrado. Ponerle un precio a matar. Desde aquel ochenta y nueve La primavera Murió. Inocente soñaba Tocar sus ganas de confesar.   Le aprieta la rabia, La constante de quitar. No sabe de recibir, Esa inefable lucidez.   Va legalmente colgado. Como sectario encantador. Las paredes hablaron. La primavera murió. Que inocente! Soñaba tocar sus ganas de n o matar.

Clavel

Microcentro sigue sonando detrás de mí. Ahí esta ella, acostumbrada. Hermosa y frágil con su pullover blanco que luce un pequeño clavel del costado donde va el corazón. Le digo algo a la pasada y ella responde cualquier cosa. Como siempre que vuelvo del trabajo, cansado y en bicicleta. Hoy es el día en que voy a probar mi suerte. Entonces la noche cambia. Esta vez me bajo de la bici y la acompaño porque es tarde. Para que no la viole nadie más que yo . Al decir esto ella sonríe y no sonríe. Es una mueca extraña. No hay nadie en la calle y son las doce. Puedo saberlo sin mirar en un reloj. Entramos en una conversación rara y perfecta, ella desde la vereda y yo desde la calle, llevando la bicicleta a tiro. En eso se interpone un auto blanco que está estacionado en nuestro camino. En vez de subir a la vereda, me adentro en el asfalto para rodearlo por el otro lado.   El coche nos aleja por un instante. Hacemos una pausa a lo que estábamos diciendo. Tenemos hambre y tenemos sed. Somos do

Racconto

 -Bueno mijo, ahora ya estoy retirao pero tengo muchos recuerdos de aquellos días en que trabajé para la policía bonaerense. Algunos pasan por mi cabeza tan perfecto… como una película, otros por ahí no tanto… Julio pensó que su abuelo iba a decir algo más, pero el viejo estaba divagando y dejaba otra frase incompleta en el aire. Otra más. Al joven no le importó. Enseguida se levantó de la silla con la convicción de aquellos a los que el mundo les pertenece. El anciano quedaba sólo en la habitación donde ningún rincón era oscuro, todo era tan blanco que le hacía mal a la vista. Extrañaba un poco la oscuridad de los días de juventud. La comodidad de su vida actual prácticamente lo había obligado a deteriorarse y, en algún punto, él aceptaba el trato. Comodidad por decrepitud. Afuera seguía lloviendo y hacía un calor húmedo en la ciudad. Julio y su convicción reaparecieron en la sala; el abuelo no ofreció reacción alguna al verlo venir con el termo y el mate. Respiraba para sus adentros