El paso
Recuerdo con alegría la llegada de aquella mañana en mi casa de Tandil. El motivo de mi entusiasmo no era poca cosa ese día. Me llevó largo tiempo acomodar mis días de trabajo para finalmente poder hacer mi tan soñado viaje. Por fin iba a conocer Buenos Aires. Yo que nunca había ido a esa gran ciudad de la cual tanto hablaban los tangos de Goyeneche, los libros de Borges y las películas de Darín. Realmente esperaba con ansias poder llegar y entregarme a su belleza sin disimulo, sin reservas, sin tapujos. Ansiaba ser auténtico, ser un viajero solitario en busca de su destino. Hasta planeaba que, si todo salía bien, me quedaría a vivir allí. Para empezar de nuevo en la ciudad de la furia. Y si era necesario… volver, con la frente marchita. Ya no había nada para mi en este pueblo, pero nunca fui una persona de ésas que toman demasiados riesgos. No renunciaría a mi trabajo actual sin antes estar seguro de mi destino. En el micro de larga distancia leí poemas de Emily Dickinson y (tal vez)