Ambos
Los dos callamos. Ahogamos esas palabras que en la cabeza terminan por hacer ruido en un despeserado intento, justo antes de no nacer. Nos limitamos a atesorar el momento hasta que un rayo oportuno atraviesa la habitación numerada, suena la chicharra del fin de turno y rompe así todos nuestros tesoros. Vestirnos ya lo hicimos y con el cambio de ropas también vino el cambio de chip. Volvemos a ser de esos amigos que olvidan los cumpleaños. Nos alejamos y desde la distancia no volveremos a saber de nada que no sean números y letras. Volveremos a la tierra de lo establecido y vaya a saber uno hasta cuándo. Más tarde el cosquilleo de sus labios a mi mejilla izquierda se transcribe como ese dolor que hubiera preferido perdurase aún después de mi muerte.